Que la personalidad de Trump haga pensar a mucha gente de a pié que le flojea algún tornillo, es más o menos lícito. Pero que un grupo de psiquiatras, sin un estudio previo, se aventure a diagnosticarle un trastorno mental, es cuanto menos, atrevido.
Pues eso es lo que han hecho 35 supuestos expertos en psiquiatría que enviaban hace unos días al New York Times, una carta abierta en la manifiestan su preocupación por la incapacidad de Donald Trump para estar al frente del gobierno de Estados Unidos. Y al parecer la razón es que ellos, a distancia, han diagnosticado al presidente electo de los Estados Unidos, un defecto o enfermedad mental.
El colectivo admite que está desobedeciendo la Regla Goldwater del año 1973, un artículo clave del código ético con el cual la Asociación Psiquiátrica Americana prohibió a los miembros del gremio evaluar a figuras públicas. La justificación es que «está demasiado en juego como para permanecer en silencio», según reza la carta.
«El discurso y las acciones del señor Trump demuestran una incapacidad de tolerar opiniones divergentes con las suyas, lo que le provoca reacciones de rabia», afirman los autores. Además, en su opinión, el mandatario es incapaz de sentir empatía. Estos rasgos, continúan, «distorsionan la realidad» en la percepción del individuo e inducen su confrontación con los hechos y sus transmisores, sean periodistas o científicos.
Los psiquiatras no descartan que estos ataques aumenten en función de cómo las circunstancias contribuyan al «mito de la grandeza personal» en Trump. Por todo ello le diagnostican una «grave inestabilidad emocional».
Donde las dan las toman, que dice el refrán, el propio Trump puso en duda en el 2014 la salud mental de su predecesor, Barack Obama. Ahora le toca a él.