A esta inquietante conclusión ha llegado un grupo de investigadores de la Universidad de Berkeley a través de un estudio que relaciona el olor de la comida con los procesos metabólicos en el cuerpo.
En sus experimentos, llevados a cabo con ratones de laboratorio, han comprobado que los roedores con un menor sentido del olfato, engordan menos y que los ratones obesos que perdieron sus capacidades olfativas, adelgazaron.
Lo curioso, sin embargo, es que los ratones más delgados pero con deficiencia en el olfato comían la misma cantidad de alimentos que los ratones que conservaban su sentido del olfato y aumentaban el doble de su peso. Además, los ratones con un sentido del olfato potenciado se volvieron aún más gordos en una dieta alta en grasa que los ratones con olor normal.
Los hallazgos sugieren que el olor de lo que comemos puede jugar un papel importante en cómo el cuerpo se ocupa de aumentar las calorías. Si no puede oler su comida, puede quemarla en lugar de almacenarla.
Los resultados apuntan a una conexión clave entre el sistema olfativo y las partes del cerebro que regulan el metabolismo, en concreto el hipotálamo, aunque los circuitos neuronales aún se desconocen.
«Los sistemas sensoriales juegan un papel clave en el metabolismo. El aumento de peso no es puramente una medida de las calorías consumidas; También se relaciona con cómo se perciben esas calorías», asegura el autor principal del estudio. «Si podemos validar esto en los seres humanos, tal vez podamos hacer algún tipo de medicamento que no interfiera con el olfato pero bloqueé los circuitos metabólicos. Eso sería sorprendente.»