Una copa (100 ml) de vino tinto, 85 kcal; ron (45 ml), 197 kcal; mojito (177 ml), 143 kcal; cerveza (botellín de 1/5), 90 kcal… Con estas credenciales energéticas, decir que el alcohol engorda puede parecer una perogrullada. Pero los mecanismos que esta sustancia desencadena en nuestro organismo van más allá de lo que refleja la báscula: las calorías procedentes del alcohol ni se metabolizan ni se almacenan de la misma manera que las que se obtienen de otras fuentes alimenticias y, además, esta sustancia impide que el organismo utilice adecuadamente sus reservas energéticas, boicoteando por tanto los intentos de adelgazar. Y hay más peculiaridades en esa especial relación que el alcohol mantiene con el peso y la grasa almacenada en el organismo:
Se sabe que las calorías del alcohol son vacías, “esto es, no aportan nutrientes, por lo que no son aprovechhttp://www.gipuzkoagaur.com/2018/06/04/cinco-razones-por-las-que-engorda-tanto-el-alcohol-y-como-evitarlo/adas por nuestro organismo de la misma manera que las que proceden de otro tipo de alimentos”, explica el doctor Juan Carlos Pércovich, especialista en Endocrinología y Nutrición del Hospital Quirónsalud Sur. En la misma línea, la doctora Paula Rosso, experta en nutrición del Centro Médico Estético Lajo Plaza, advierte que no hay que perder de vista que un exceso puntual de alcohol –la típica noche de copas, por ejemplo– puede aportarnos más de la mitad de las calorías totales que necesitamos consumir en un día.
Pero ¿hay alguna bebida que favorezca más que otras el aumento de peso y el acúmulo de grasa en el organismo? “Los efectos de las bebidas alcohólicas dependen de la cantidad de alcohol ingerido (por lo tanto, la situación es peor con aquellas de mayor graduación) y de los azúcares añadidos en el caso de los combinados”, comenta el doctor Miguel Ángel Martínez Olmos, miembro del área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). “En relación con esto, hay algunas investigaciones epidemiológicas, como el estudio europeo EPIC o un estudio reciente llevado a cabo en la Clínica Mayo (EEUU), que sugieren que la tendencia a ganar peso es mayor con la cerveza que con el vino”.
En cuanto a las opciones ‘sin’, Martínez Olmos opina que el hecho de que tengan menor contenido alcohólico puede ayudar, “pero hay que tener en cuenta otros nutrientes presentes en estas bebidas, normalmente carbohidratos”.
2. El ‘efecto memoria’
La repercusión del alcohol sobre el peso es más intensa/evidente a medida que vamos cumpliendo años por una cuestión fisiológica, como explica el representante de la SEEN: “El peso corporal depende del balance entre el ingreso (en este caso la bebida alcohólica) y el gasto energético; este último disminuye con la edad, por lo que una ingesta alcohólica similar puede desequilibrar la balanza en las personas con más años”. Pero esta evidencia no significa que el metabolismo sea más indulgente con los jóvenes respecto a las calorías procedentes del alcohol ni que no pase factura a medio-largo plazo: según los resultados de un estudio publicado en agosto del año pasado en el ‘American Journal of Preventive Medicine’ (AJPM), los jóvenes que consumen habitualmente mucho alcohol (cuatro o más bebidas al día) tienen un riesgo mayor (un 41% más) de desarrollar sobrepeso y obesidad en la edad adulta.
3. La causa (metabólica) de la tripa cervecera
Según el doctor Martínez Olmos, hay estudios metabólicos que demuestran que cuando se ingiere alcohol, este se utiliza como fuente de energía ‘prioritaria’, disminuyendo la capacidad que tiene el organismo de oxidar (quemar) nuestras reservas energéticas, sobre todo la grasa endógena. “Las investigaciones disponibles indican, además, que hay una tendencia a un mayor acúmulo de grasa en la zona del abdomen, lo que a su vez implica un mayor riesgo cardiovascular”.
Paula Rosso recuerda que, además de “acaparar la atención” de los procesos metabólicos de quema de calorías, el alcohol es rico en azúcares, que también se acumulan en forma de glucógeno o grasas en el organismo. “Estos acúmulos se producen más fácilmente en la región abdominal (lo que se conoce como ‘tripa cervecera’) sobre todo en los hombres; en el caso de las mujeres, es más habitual que se localize en la zona de las caderas”.
4. El factor desinhibición
Al igual que hace con otras actitudes y comportamientos, el alcohol también altera la sensación de hambre, llevándonos a comer más sin apenas darnos cuenta. “Es habitual que las ingestas de alcohol vayan acompañadas del consumo de otros alimentos, generalmente con alto poder energético, y también que se pierda la capacidad de controlar adecuadamente el apetito”, comenta Martínez Olmos. Este efecto puede ser mayor cuando bebemos sin haber comido antes, como explica el doctor Pércovich: “Esta sustancia produce un mal manejo de la saciedad y disminuye la liberación de glucosa en el hígado, de ahí que ingerir alcohol con el estómago vacío sea una circunstancia añadida a ese descontrol en la ingesta”.
Por tanto, y como ‘mal menor’, siempre es recomendable acompañar la ingesta alcohólica de otros alimentos (unas tapas, por ejemplo): “La absorción de alcohol comienza ya en el estómago; si se han consumido previamente alimentos (sobre todo si son ricos en grasas), se ralentiza la velocidad de absorción”, dice Martínez Olmos.
5. Hinchazón-retención-deshidratación
Otro efecto ‘engordante’ del alcohol es que nos hincha, algo que, como explica Juan Carlos Pércovich, es consecuencia directa de las alteraciones que esta sustancia produce en el metabolismo del agua del organismo y que tiene como consecuencia una deshidratación, circunstancia que, a su vez, puede hacer que nos sintamos hinchados, “aunque, por suerte, este efecto desaparece al dejar de beber, al igual queal reducir el consumo de calorías se pierde peso”.
Esta hinchazón también está propiciada por la forma en la que el hígado metaboliza el alcohol: “En este proceso se produce acetaldehído, una sustancia similar al vinagre, que tiene un cierto efecto tóxico en el propio hígado, en el cerebro y en las paredes del estómago, favoreciendo la inflamación. A esto hay que unir que para metabolizar el alcohol, el organismo necesita recurrir a las reservas de vitaminas y minerales, lo que, además de déficits, produce una sensación de fatiga”, comenta Paula Rosso, quien añade un efecto más del alcohol sobre el volumen corporal: “Su ingesta favorece la acumulación de toxinas, un factor que participa directamente en la formación de celulitis”.
Cambio de hábitos
¿Es posible plantar cara a estos efectos sin renunciar a las cañas o los gin-tonics? El doctor Pércovich se muestra totalmente contrario a adoptar un enfoque del tipo ‘trucos o medidas para beber alcohol sin aumentar de peso’. “Ahora bien –matiza–, es verdad que si se incorporan a la dieta el ejercicio y la ingesta recomendada de otros nutrientes como las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas, entonces sí se puede compensar en algo la ingesta de alcohol, pero siempre y cuando esta sea baja”.
De la misma opinión es Miguel Ángel Martínez Olmos, quien recuerda la importancia de un consumo moderado (en personas que no tengan contraindicación en este sentido), en el contexto de unos hábitos de vida saludables: “Esta es la mejor recomendación para evitar no solo los kilos de más, sino todos los efectos indeseables del alcohol”.
Y un consejo final: recordar que las bebidas en general y las alcohólicas en particular también cuentan cuando nos replanteamos nuestros patrones dietéticos porque, como señala Martínez Olmos, “generalmente, cuando se hace el balance energético global, no se suele tener en cuenta el aporte calórico de estas opciones”.