Azúcar, azúcar moreno, miel, panela, stevia, sirope de arce, sacarina, maltitol… La variedad de edulcorantes que podemos utilizar en el hogar es enorme. Todos tienen sus defensores y detractores. Por una parte, quienes prefieren aquellos con un halo más ‘natural‘ (aunque no necesariamente positivo) frente a los edulcorantes ‘artificiales’, término que se suele percibir como negativo. Por otra, hay personas que prefieren evitar esas calorías extra que aportan los azúcares y recurren a la socorrida sacarina o a nuevas versiones como la estevia y sus derivados.
Pensar de esa forma sería caer en un concepto llamado ‘nutricionismo‘ y que consiste en considerar que los efectos de la alimentación se reducen al aporte de calorías y nutrientes como vitaminas y minerales. Nada más lejos de la realidad. Un ejemplo sería el alcohol. Considerando la energía que aporta, de 7 kilocalorías por gramo, solo es superado por las grasas con 9 kilocalorías por gramo. Además, son vacías, es decir, el alcohol no aporta nada más a nivel nutricional. Pero a día de hoy, sabemos que el mayor problema del alcohol no es (solo) ese aporte calórico, sino los efectos de toxicidad que tiene para el organismo y que son uno de los factores responsables del aumento del riesgo de varios tipos de cáncer. ¿Sucede, por tanto, algo similar con los edulcorantes? ¿Pueden tener otros efectos paralelos?
Un paladar acostumbrado
Si algo tienen esas sustancias, es un elevado poder edulcorante. Por ejemplo, con respecto al azúcar, la stevia es entre 300-400 veces más dulce, magnitud similar a la de la sacarina, y algunos como el neotamo pueden llegar a ser 10.000 veces más dulces por cada gramo de edulcorante. Esto tiene la ventaja de que muy pequeñas cantidades de estas sustancias pueden ser suficientes para conseguir ese punto dulce que tanto nos gusta. Pero el problema es precisamente ese, la apetencia por lo dulce. Nuestro paladar se acostumbra a ese estímulo sabroso. Y no solo nuestro paladar, sino nuestro cerebro. Sabemos que el sabor dulce activa ciertos mecanismos de recompensa mediados por un neurotransmisor, la dopamina. De algún modo, estamos programados para buscar el dulce, ya que, en la naturaleza, dulce es igual a azúcares e igual a energía. Sin embargo, en nuestro entorno, con tanta abundancia de alimento y sabores tan intensos, esto puede ser un problema.
Y los edulcorantes artificiales no hacen más que perpetuar ese umbral de dulzor, esa apetencia. Puede que no usemos azúcar, pero seguiremos buscando ese estímulo en otros alimentos dulces sin darnos cuenta: bollería, postres, etc. Esto también podría hacer que comiésemos más, ya que nuestro apetito se ve afectado.
Los microorganismos juegan un papel fundamental en nuestra salud. Cuando pensamos en bacterias, automáticamente nos vienen a la mente términos como enfermedad o infección. Sin embargo, convivimos con miles de millones de bacterias en nuestro organismo. De hecho, se estima que superan en número a nuestras células en una relación de 1 a 1,3 aproximadamente. Especial importancia tienen las bacterias y microorganismos que residen en nuestro aparato digestivo, especialmente el intestino. Y es que en los últimos años el estudio de la llamada microbiota intestinal está desvelando interesantísimos aspectos con relación al efecto de la alimentación sobre nuestro metabolismo.
Son varios los estudios que han demostrado que los edulcorantes artificiales alteran la microbiota intestinal. Y sabemos que las alteraciones de la microbiota pueden causar ganancia de peso y resistencia a la insulina, entre otros. Diferentes estudios han comprobado de forma experimental en ratones cómo distintos tipos de edulcorantes pueden afectar a varias especies de bacterias. Y también cómo estos cambios pueden desembocar en un desequilibrio en esa microbiota intestinal, con un impacto negativo sobre la sensibilidad a la insulina, o las hormonas, tan importantes para nuestra salud.
Los resultados de estos experimentos han de ser considerados con cautela, ya que no podemos extrapolar de forma directa los resultados en ratones, a humanos. El tema es complejo, ya que habría que estudiar de forma sistemática cómo afecta cada tipo distinto de edulcorante a cada especie de bacterias en nuestro intestino y a su vez cuál es el efecto sobre la salud. Pero, en cualquier caso, lo que queda claro es que esa alteración del ecosistema intestinal está presente.
Mensajes contradictorios
Sabemos que la nutrición es campo abonado para cambios de criterio y mensajes contradictorios. Es una ciencia muy compleja y que avanza muy deprisa. Parte de ello tiene que ver con el tipo de estudios que se desarrollan y su diseño. Con relación a los edulcorantes, los estudios observacionales (es decir, aquellos que relacionan su consumo en una población determinada, con un cierto marcador de salud como sobrepeso, diabetes o riesgo cardiovascular) demuestran por lo general que a mayor consumo de bebidas light, mayor probabilidad de padecer sobrepeso, obesidad, diabetes o enfermedad cardiovascular. Sin embargo, esto podría explicarse por lo que se llama causalidad invers; es decir, aquellos con peor salud consumían más bebidas con edulcorantes, pero ello no significa necesariamente que sean la causa.
Para ello, debemos desarrollar ensayos clínicos aleatorizados, en los que a un grupo de personas se les facilita edulcorantes acalóricos y a otro no para ver si hay diferencias entre ambos, en un marcador de salud determinado. Las revisiones más recientes de este tipo de ensayos demuestran que el consumo de edulcorantes acalóricos no aumenta los niveles de glucosa en sangre. Otro metaanálisis (un estudio que reúne y analiza datos de varios estudios distintos) encontró que sustituir el azúcar por edulcorantes artificiales reducía modestamente el peso corporal, la adiposidad y el perímetro de cintura. Para añadir más incertidumbre al tema, un reciente estudio observacional ha encontrado que las bebidas light se asociaban con un mayor riesgo de demencia y de ictus, frente a las bebidas con azúcar.
¿Qué hacer?
Como el lector habrá podido comprobar, no todo se reduce a tener o no tener calorías. Los efectos de los alimentos sobre el organismo van más allá de este hecho, como mencionamos anteriormente con el ejemplo del alcohol. En el caso de los edulcorantes artificiales, todavía no está del todo claro el efecto a largo plazo de su consumo y las dosis a partir de las cuales podrían ser perjudiciales.
Su uso, como hemos señalado, puede ser pautado por el profesional en casos concretos y de forma individualizada. Pero, como estrategia general, no debemos caer en la tentación de considerar que podemos tomarlos sin límite, sin consecuencias para nuestra salud. Uno de los primeros pasos para una dieta saludable es recuperar el umbral del gusto, tan alterado por dietas ricas en ultraprocesados, con un alto contenido de sal, grasas y azúcares. Una dieta rica en alimentos frescos y con un bajo contenido en edulcorantes del tipo que sean nos permitirá recuperar esa sensibilidad de nuestro paladar y que alimentos tan saludables como la fruta pasen de ser insípidos a un manjar aromático y sabroso.