Según el mayor estudio sobre ADN antiguo de la Península Ibérica elaborado hasta la fecha, la genética de los vascos apenas ha cambiado en 3.000 años, desde la Edad del Hierro.
La investigación, publicada en Science, ha sido coordinada por David Reich y Carles Lalueza-Fox, genetistas de la Harvard Medical School y del Instituto de Biología Evolutiva (IBE), respectivamente, y realizada por 111 científicos de Estados Unidos y Europa, que han analizado 403 genomas antiguos de la Península Ibérica, lo que supone una de las colecciones de datos más completas de toda Europa.
Además, 271 genomas del estudio no habían sido analizados anteriormente y la mayoría son de los últimos 4.000 años, un periodo poco estudiado hasta ahora con ADN antiguo y que aporta información inédita desde la Edad del Bronce hasta la Edad Media.
De hecho, la población de Euskadi casi no tiene influencias de migraciones posteriores como los púnicos, romanos, los griegos o los musulmanes, de las que quedaron aislados, asegura esta investigación.
Los investigadores han determinado que no recibieron tanta influencia genética de los pueblos que pasaron por la península Ibérica en los últimos 2.500 años, lo que explicaría por qué el euskera es la única lengua prerromana que perdura en la actualidad.
El genoma de los pobladores de la península Ibérica en su conjunto es resultado de «una superposición de capas producida a lo largo de miles de años por diferentes migraciones, algunas de ellas relativamente recientes como la de los romanos o los musulmanes», explica a Efe Carles Lalueza-Fox.
Uno de los aspectos más sorprendentes e inéditos del estudio se refiere al reemplazo (casi total) de los linajes paternos ibéricos que tuvo lugar entre el 2.500 y el 2.000 a.C.
En ese periodo de transición entre la Edad del Cobre y del Bronce, durante unos 500 años tuvieron lugar unos acontecimientos sociales tumultuosos que «no sabemos cómo ocurrieron pero que claramente reemplazaron a los linajes paternos ibéricos por un linaje paterno de procedencia esteparia, que aún hoy en día sigue siendo el más común en la península Ibérica», apunta Lalueza-Fox.
Los análisis genéticos revelan que entre el 2.500 y el 2.000 a.C, la población típicamente ibérica del Neolítico coexistió con los descendientes de las poblaciones esteparias que 500 años antes se habían propagado rápidamente por toda Europa desde la estepa rusa.
«Fue una colonización larga, de unos 500 años», que dejó su impronta en la composición genética de la población de la Península Ibérica que, durante la Edad del Bronce, había perdido cerca del 40 % de su ascendencia genética y el 100 % de los linajes ibéricos paternos, que fueron sustituidos por el estepario (que perdura hoy en día).
Dos de los genomas estudiadas en el trabajo ilustran ese momento de la historia.
«Son los restos de una pareja enterrada en Castillejo del Bonete (Ciudad Real). El hombre tiene ancestros muy recientes provenientes de estos nuevos grupos humanos que llegaron a la Península, mientras que la mujer es de ancestralidad ibérica. También sabemos que ella tenía una dieta marítima y que venía de la costa y, pese a estas diferencias, están enterrados juntos. Es un ejemplo muy ilustrativo de coexistencia», destaca Lalueza-Fox.
Y es que uno de los aspectos más interesantes del ADN es que «cuenta qué eventos sucedieron y cuándo pero no cómo. Hay varias hipótesis que pueden explicar lo que sucedido pero hacen falta otras disciplinas como la arqueología o la antropología para entender qué paso», advierte a Efe Íñigo Olalde, genetista de Harvard y primer autor del trabajo.
«Los resultados de nuestro estudio podrían ser compatibles con una situación violenta», similar a un genocidio, «pero en el registro arqueológico no hay pruebas de tal violencia».
«Otra posibilidad podría ser que, por una fuerte estratificación social, las mujeres locales prefirieran a los hombres de los clanes foráneos» y que éstos tuvieran «mayor éxito reproductivo que los locales», pero los datos genéticos por sí solos nunca revelarán la historia completa, insiste Olalde.