Rescato este título de una de las mejores películas que yo he visto del olvidado Richard Brooks, para reflexionar sobre una realidad que nos está tocando vivir.
En tiempos de desorientación social, de educación visual, de aforismos compulsivos, de indolencia reflexiva y de tópicos vacíos de sentido, generalmente triunfa la necedad de los mediocres.
Aprovechan la ingenuidad de los fieles con el fin de captarlos para su causa. Oyentes y lectores que caen rendidos ante medios de comunicación chabacanos, al servicio del poder reinante. Prejuicios que encadenan el pensamiento libre, que impiden desarrollar su propia personalidad, pero sobre todo, lo más grave, anulan la identidad de lo que un día nos llevó a la gloria.
Voceros, por que no llegan a charlatanes (que más quisieran que tener el atractivo, la palabra y el liderazgo de Elmer Granty) con ínfulas de oradores romanos, que desprecian la sencillez y la normalidad. Charlas y libros llenos de típicos tópicos recurrentes que los venden como ediciones de lujo, cuando en realidad son cuartillas de bazar chino.
El poder, el negocio enfrentado a la autenticidad de un sentimiento, la teoría sometiendo a la práctica, lo presuntuosamente académico aplastando a lo profesional, la manipulación adulterando una vez más la realidad. Refleja el estado general de nuestra sociedad y en particular, de una Sociedad a la que acompaño desde que nací, La Real.
Reconocer las propias limitaciones y retirarse con dignidad. Tan fácil y tan complicado. Creo que la humildad y la bondad son atributos de la inteligencia y que nadie llega a ser excelente en un campo profesional sin ser generoso. Por eso me preocupa La Real Sociedad, donde la soberbia está instalada. Ese fuego fatuo que está consumiendo la grandeza que tanto esfuerzo y sacrificio costó construir. Ese pecado capital que nunca tuvo cabida en nuestro equipo y que la contumacia instalada se encarga de proteger y promocionar. Malos tiempos para los herederos de Atotxa.