Hace pocos días empleé el título de la película de Jon Garaño, José Mari Goenaga y Aitor Arregi, y que encabeza este artículo, para ilustrar la situación política de parálisis en la que se encuentra sumido el Estado español. La nueva obra de los cineastas vascos retrata los avatares de uno de aquellos ‘topos’ que, durante la guerra civil y la represión franquista, estuvieron escondidos tras las paredes de sus casas durante incluso tres décadas para huir de un más que seguro fusilamiento por haber defendido sus ideas republicanas.
Las paredes que lo ocultaban, esas trincheras físicas que posibilitaron su supervivencia, me han recordado a las trincheras de silencio que muchos otros se han autoimpuesto durante muchos años para no hacer peligrar su integridad. Me vienen a la memoria los supervivientes del bombardeo de Gernika, Durango y de otras muchas localidades, que tuvieron que callar ante la infamia de una mentirosa verdad oficial que dogmatizaba que su destrucción había sido producto de la acción de los rojos; el sometimiento de un pueblo ante el temor a la represión del totalitario régimen fascista, vestido de una aparente vida normal. También, por supuesto, el silencio de quienes, años después y ante la barbarie de un terrorismo autodenominado como libertador, optaron por ocultar su ideología política para, como mal menor, no complicarse la vida.
Son páginas de nuestra historia de distinto signo y con algunos capítulos entrelazados; comenzaron hace más de ocho décadas y concluyeron, como quien dice, anteayer. Herenegun. Unas páginas que no han sido escritas en su totalidad y que es necesario completarlas si queremos, verdaderamente, superar una historia dramática y sanar las heridas que aún supuran por su deficiente cicatrización.
En ello está, por ejemplo, la secretaría de Memoria y Convivencia del Gobierno Vasco, con la unidad didáctica sobre la violencia en Euskadi entre 1960 y 2018. Sometida a una lícita crítica, se ha trabajado concienzudamente introduciendo numerosas aportaciones, que serán incluso mejoradas tras la experiencia piloto que se llevará a cabo en primavera en ocho centros educativos, antes de ponerlo en marcha. Un proyecto que ha recibido el respaldo de los principales agentes académicos y universitarios vascos, y que deslegitima de manera inequívoca el terrorismo y la violencia. Sin embargo, ha sido sistemáticamente vilipendiado por los guardianes de las trincheras políticas que, sin atisbo alguno de favorecer la pluralidad, se empeñan en construir una memoria parcial que no es buena ni para la propia memoria, ni para la convivencia, ni para las víctimas.
Afortunadamente, han pasado los años en los que había que cobijarse tras paredes para salvar la vida, aunque todavía hay quienes insisten en levantar muros que tratan de impedir la redacción de un relato real que permita pasar página y favorecer la convivencia. El protagonista de ‘La Trinchera Infinita’ sentía dolor en los ojos al ver, por fin, la luz del sol tras muchos años de oscuridad; a muchos también les dolerá, nos dolerá, reconocer parte de nuestra historia pero, tal y como reza el dicho, la luz es amiga de la verdad.