Sólo un 10% de los 840 vascos que cada año sufre un infarto en su casa o en la calle sobrevive. Este porcentaje únicamente puede mejorar con una atención temprana, lo que en Ermua ya es más factible gracias a una iniciativa de Bexen Cardio que forma parte del Banco de Casos Prácticos de Innobasque.
Una actuación precoz, además de aumentar el número de supervivientes, puede hacer que las consecuencias de la parada cardiorrespiratoria sean menos graves. Pero para lograrla es necesario contar con recursos extrahospitalarios tanto técnicos como humanos. Es decir, hace falta que quien esté cerca de la víctima sepa identificar los síntomas, disponga de un desfibrilador y, por supuesto, que sepa utilizarlo adecuadamente.
Tres problemas a los que la firma de la Corporación Mondragón fabricante de estos equipos médicos ha buscado remedio con la puesta en marcha del proyecto ‘Ermua, ciudad cardio-protegida’, una iniciativa pionera en Europa que ha contado con la colaboración del ayuntamiento de la localidad y aúna tecnología y participación ciudadana.
Para empezar, Bexen Cardio ha instalado en la localidad diez equipos desfibriladores externos automáticos que se unen a los doce con que ya contaba el municipio. Éstos se encuentran en lugares como edificios públicos, empresas o supermercados, mientras que los nuevos se han instalado mayoritariamente en la vía pública, por lo que están accesibles las 24 horas. Esto implica que han de estar siempre en perfecto estado, algo en lo que la innovación juega un papel fundamental, especialmente la tecnología vinculada al Internet de las cosas. Ésta facilita, por un lado, que el software de los dispositivos pueda actualizarse de forma remota y, por otro, que el propio desfibrilador envíe avisos tanto sobre su mantenimiento predictivo como sobre su activación. Para cumplir con su misión, los aparatos debían además estar expresamente diseñados para un uso no profesional. Es decir, debían tener un manejo fácil e intuitivo y el propio equipo debía garantizar que el usuario realizaba correctamente cada uno de los pasos.
Solventada la parte técnica sólo faltaba la humana; sólo faltaba tener a esos ‘alguien’ que, desde distintos puntos del municipio, recibieran en sus móviles las alarmas enviadas por los desfibriladores y que supieran atender a las víctimas de una parada cardiorrespiratoria. Para solucionarlo se optó por la creación de una red de ‘rescatadores’ voluntarios. Esto decir, personas que residan o trabajen en la localidad y que hayan aprendido a realizar maniobras de reanimación cardiopulmonar. Los cursos se impartirían a través de una plataforma online que, en primera instancia, serviría para completar la formación presencial y, después, diera a los voluntarios la posibilidad de actualizar y refrescar los conocimientos adquiridos cuando quisieran.
Otro aspecto destacable de ‘Ermua, ciudad cardio-protegida’ es que, además de un programa público-privado, se trata de una iniciativa de ‘kilómetro cero’ en la que han colaborado diversas empresas y organizaciones del entorno: Cruz Roja y Teknodidaktika han impartido los cursos a los voluntarios; Ludus ha diseñado los entornos de realidad virtual utilizados para la formación; y Diara se ha encargado de hacer más intuitivo el diseño de los desfibriladores.
La iniciativa ha despertado tal interés que el número de voluntarios formados ha pasado de los 150 inicialmente previstos a 200 y los promotores del programa ya se están planteando su implantación en otros municipios, así como su posible integración en la Red Vasca de Emergencias para coordinar la red de rescatadores con los servicios del 112 y Osakidetza.